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domingo, 5 de febrero de 2012

El legado de Metodio Aurely en la literatura tuyera / La poesía errante de Tulio Alvarado


El Ibarra no le era suficiente. Necesitaba el Aurely para ser lo que genuinamente era: un escritor. Mientras sus coterráneos contemporáneos se conformaban con leer cualquier periódico que llegara desde Caracas, Metodio (1933-2009) leía a Nietszche. Incluso cuando alguien intentaba leer un archiconocido como Lorca, Metodio ya había avanzado hacia Faulkner o Proust. Y así, mientras leía los grandes clásicos de la literatura moderna, se movía en pro del desarrollo de su pueblo. No era isla, era fuente.


     Así como se formaba intelectualmente desde su adolescencia, en 1951 afrontó junto con un grupo de jóvenez cultores tereseños la fundación de un club social cultural que llegaría a transformarse con el paso de los años en la primera Casa de la Cultura de Santa Teresa, bajo el epónimo de su maestro, el poeta nativista Juan España. Fue sólo el primero de sus logros en el ámbito cultural. Posteriormente llevaría a cabo la publicación de varios periódicos tuyeros, la participación a su vez en periódicos de circulación nacional como el Últimas Noticias. Fue así como incursionó en estudios de Periodismo a nivel universitario, egresando en 1969 de la UCV.

     Y mientras hacía todo esto, escribía y leía. En 1961 ya había publicado una plaquet de sonetos, Mientras dure tu ausencia. y así publicó luego, en 1970, el poemario breve Despojos de olvido. En 1971, el pequeño libro de poemas Estampas sencillas. Pero una obra en particular lo tendría trabajando, a partir de esa época, durante casi cuarenta años. Una novela histórica, aún sin  título. Entre amigos, a veces llegó a leerla. Logró impulsar un grupo de lecturas literarias al que llamó Grupo Principio. Pero muchos desencantos que no viene al caso contar, llevaron a Metodio, poco a poco, a ser visto como un huraño... y bajo esa aura de persona aislada sería visto por la gente de su pueblo, por varios años, mientras seguía viviendo en su misma humilde casa, con toda su descendencia familiar.

     Ya en los noventas y en el entrante siglo XXI, algunos, a manera de chanza, llegamos a decirle “Meto-Odio”, a lo cual él se reía también al darse cuenta de que estaba de nuevo en esos momentos de soberbia que de repente le afloraban. Pero es que también Metodio tenía un sentido del humor bastante ácido y punzante, de mucha intelectualidad... humor de escritor, humor negro. Cuando el grupo literario ¿al vacío...? comenzó a hacerse conocer en el pueblo, él se burlaba de nosotros. Pensaba que seríamos igual de inconsecuentes que la gente que lo había defraudado en su vida, entre cuyos logros también se cuenta el haber formado parte del Comité Pro-Distrito que logró darle “independencia” al municipio Independencia.

Pero luego, sobre todo después de la instalación del Sistema Nacional de Imprentas sede Miranda en Santa Teresa del Tuy, comenzó a acercarse a nosotros amistosamente, hasta en la bohemia nocturna tereseña llegó a acompañarnos, y después se iba para su casa en la calle Andrés Eloy Blanco, con sus 70 años de edad y en total estado de feliz ebriedad, citando a Bécquer o a Gorki, calle abajo, cerro abajo.

     Hasta que finalmente, luego de convencerlo, nos confió su novela escrita  nada menos que durante cuarenta años: La aldea del cerro, publicada en 2009. Si bien su poesía era bastante tradicionalista, y él  se consideraba ante todo articulista de opinión (en los ochentas publicó una recopilación de sus artículos bajo el título Escritos en prosa) y narrador, precisamente con esta novela Metodio Aurely demostró ser el padre de la narrativa tereseña, porque es esta una obra de gran calidad, con apuestas vanguardistas, y todo ambientado en su pueblo natal, Santa Teresa, renombrado ficcionalmente “El Joyal”, en donde el personaje Mauro Malasín lucha por lograr su protagonismo contra la voz autorreflexiva del narrador que se cuestiona a cada rato sobre la teoría novelesca. De esta obra, el escritor ocumareño, autor de otra importantísima novela de la tuyeridad, Los días iguales, Omar Alfonso Requena, escribió a manera de presentación en la contraportada: “La aldea bulle en lo externo y se mueve en espacios muy íntimos; es el autor y el mundo al mismo tiempo. Comulgando con cánones narrativos audaces y de gran modernidad, en el que las voces de los personajes cobran una relevancia especial por su capacidad de cuestionamiento y reflexión hacia una cotidianidad con la que jamás podrían estar conformes, Metodio Aurely nos va llevando de la mano a través de una historia sincera y no exenta de un humor fino: Mauro Malasín, el Librero, el Amigo, intentan lograr su lugar en el mundo, justificarlo, explicárselo en voz alta. Hasta que la aldea los escuche o hable a su vez con ellos; porque la aldea vive allá arriba, en el cerro. Porque es parte de ellos mismos”.

     Todo tereseño debe leer esta novela como nuestra obra fundacional. Para leerla, visite http://imprentademiranda.blogspot.com, en la sección de publicaciones.

por Isaac Morales Fernández


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La poesía errante de Tulio Alvarado


por Marcelo Seguel Bon

     Tulio Alvarado nació en Sevilla, Provincia del Valle del Cauca, Colombia, en 1933. Una ciudad pegada al cielo, la venta de ganado frente a la iglesia, los hombres con pantalones anchos y sombreros de pajilla y ala ancha y la ciudad primigenia y lenta es rodeada por enormes extensiones de plantaciones de café. Una ciudad en un espacio extraviado en el tiempo en donde se mantienen ciertas reminiscencias a mundo elemental y pionero. Baudelaire afirmaba: “La infancia es la patria fundamental del poeta”. Allí transcurre la infancia y adolescencia del poeta; espacio pródigo para la poesía y la formación temprana del mito. “Por allí pasaron/los caballos viejos/allí mismo queda/una casa antigua/amplios corredores/tejas de barro/puertas de madera/jardines colgantes/allí están las huellas/todavía olorosas/a laureles y rosas”. Un inventario infinito de fragmentos esparcidos que se han vuelto imagen soñada que pretende el rescate del mito perdido, un temperamento y una visión de mundo arraigada en el alma del poeta. Ese desear alcanzar algo a través de la pulsión poética pero, que se escapa y se vuelve a alejar en la fatalidad de nuestros días.

     Sin duda, en Tulio Alvarado encontramos las claves del destino errático, doloroso y huidizo del desarraigo: “Se derriban los muros/vuelven los muchachos/libres como el viento/la lluvia, el mar/las mariposas/entonces estarán/las ventanas ocupadas/con aplausos y con flores”. Generación tras generación, las aldeas ven reducirse su población por el éxodo, sus jóvenes emigran a las grandes ciudades en busca de trabajo, estudios, mejores condiciones de vida. Releyendo a este poeta de los espacios extraviados, percibimos el conflicto del provinciano, quien desde el universo elemental y agreste de la aldea, es trasplantado a la “costra de cemento” de la ciudad. Su inadaptación y su anhelo de una vida sencilla e inmemorial, lo persiguen. Por tanto, el verdadero ejercicio de la poesía implica el arraigo que se debe conquistar precisamente a partir de la pérdida del suelo firme, y el poema crece en ese espacio de rigor en medio del cual el hombre, con la pulcra artimaña de la palabra, levanta el trabajoso edificio de una estabilidad anímica vigilada constantemente. Y es entonces cuando la palabra y su universo poético se instalan justo en un borde indeciso y ambiguo donde a partir de lo destruido surge lo construido.

    Los asesinatos de Gaitán, el Che, Torrijos, Allende y los eventos convulsos de la guerrilla colombiana, la Revolución Cubana, la invasión a Panamá, el golpe de estado en Chile y la Revolución Bolivariana de Venezuela, han signado fuertemente la obra del poeta Alvarado en el sentido de la retribución a la lucha y a la esperanza revolucionaria, la creación del hombre y la mujer de compromiso libertario y utópico y la formación de una sociedad que eleve la ética como praxis en la reformulación y unificación del hombre fragmentado de nuestros tiempos.